Año Aparición de la Virgen de Guadalupe

1531

Lugar:

Cerro de Tepeyac, México
Imagen de la Virgen de Guadalupe en México, una de las apariciones marianas en el mundo con más devoto. | María Por El Mundo.

En el corazón de México, en el cerro del Tepeyac, tuvo lugar un acontecimiento que cambiaría para siempre la historia espiritual del continente americano: la aparición de la Virgen de Guadalupe. Un suceso que fortaleció la fe de millones de personas, convirtiéndose en un símbolo de unidad, consuelo y esperanza para los pueblos del Nuevo Mundo.

Hernán Cortés, conquistador español originario de Extremadura, había llevado consigo a estas tierras su profunda devoción mariana, sembrando en México las bases de una fe que, con el tiempo, daría origen a una de las advocaciones más queridas y veneradas de América Latina.

Te invitamos a recorrer los detalles de esta aparición mariana extraordinaria, que aún hoy sigue encendiendo corazones y renovando la fe en todo el mundo.

Advocación

Virgen de Guadalupe o Nuestra Señora de Guadalupe.

México en el siglo XVI: un crisol de culturas y creencias

En 1531, diez años después de la conquista de México por Hernán Cortés, la región conocida como Nueva España vivía una profunda transformación política, social y religiosa. Bajo el gobierno de un virrey y con fray Juan de Zumárraga como primer obispo, los españoles habían establecido su dominio, mientras los misioneros franciscanos evangelizaban a los pueblos indígenas.

La vida en la Nueva España era un cruce de caminos entre la antigua tradición indígena y la nueva fe cristiana. Aunque muchos indígenas habían aceptado el bautismo, en el corazón de muchos persistían las creencias ancestrales, como el culto a Tonantzin, la diosa madre venerada en el cerro del Tepeyac, al norte de la actual Ciudad de México.

Este clima de tensiones, búsqueda espiritual y mezcla de culturas fue el escenario en el que la Virgen María, bajo la advocación de Guadalupe, eligió manifestarse.

Vidente de la Virgen de Guadalupe

Juan Diego Cuauhtlatoatzin:
El mensajero elegido

Juan Diego Cuauhtlatoatzin, cuyo nombre significa «Águila que habla», nació hacia 1474 en Cuauhtitlán, entonces parte del reino de Texcoco, dentro de la humilde etnia chichimeca. Se cree que fue huérfano y criado por su tío Juan Bernardino, siguiendo las costumbres de la época.

En 1524, con la llegada de los primeros franciscanos, Juan Diego, su esposa María Lucía y su tío fueron bautizados, abrazando una nueva fe que transformó sus vidas. Dos años antes de las apariciones marianas, Juan Diego enviudó, hallando consuelo en la oración y en la participación semanal en la misa, a la que acudía recorriendo largas distancias. Su piedad y devoción le valieron el apodo de «El Peregrino».

Falleció el 30 de mayo de 1548, a los 74 años, de causas naturales. Siglos más tarde, fue beatificado en 1990 y canonizado en 2002 por el Papa Juan Pablo II, siendo reconocido como el primer santo indígena de América.

Imagen de cuadro al óleo de la aparición de la Virgen de Guadalupe ante Juan Diego, quien aparece arrodillado ante la Virgen. | María por el Mundo

La Aparición de la Virgen de Guadalupe

Una mañana de diciembre de 1531, Juan Diego Cuauhtlatoatzin se dirigía, como tantas veces, a la iglesia de Tlatelolco para participar en la Santa Misa. En el cerro del Tepeyac, de pronto, una voz suave y tierna rompió el silencio:

«¡Juanito, Juan Dieguito!»

Sorprendido, Juan Diego buscó con la mirada la fuente de aquella llamada. Antes de llegar a la cima, se encontró una Señora cuya luz superaba al resplandor del sol, envuelta en un aura de majestad y dulzura. La mujer se presentó diciendo:

«Soy la siempre Virgen María, madre del verdadero Dios por quien se vive, el Creador de las personas, el dueño de la cercanía y de la inmediación, el dueño del Cielo y de la Tierra. Mucho quiero, hijo mío, que aquí me levantes mi casita sagrada.»

Juan Diego, sobrecogido por la belleza y la santidad de la aparición, sintió que su alma temblaba, pero también que su corazón encontraba una paz nueva. La Virgen prosiguió:

«Para realizar lo que pretende mi corazón, quiero que vayas al palacio del obispo de México y digas que yo te envío. Descúbrele mi deseo de que aquí me provea de una casa y que me alce un templo en este mismo lugar.»

Juan Diego conmovido se arrodilló ante Ella, dispuesto a obedecer. La Virgen le aseguró:

«Todo esto se lo contarás, cuanto has visto y has oído. Y ten por seguro que mucho te lo agradeceré. Retribuiré tu cansancio y el servicio que me vas a prestar. ¡Anda y ve! Haz lo que esté de tu parte.»

Sin dudarlo, el humilde mensajero se dirigió a la ciudad y pidió ver al obispo. Sin embargo, su testimonio no fue escuchado. Juan Diego regresaba apesadumbrado cuando, en el mismo lugar del primer encuentro, María volvió a salirle al paso. Derramando su dolor, le dijo:

«¡Patroncita, señora, reina mía, muchachita! Fui donde me mandaste a cumplir tu amable palabra. Con dificultad entré donde se encontraba el gobernante sacerdote, a quien vi y expuse lo que me ordenaste. Lo escuchó perfectamente pero no quiso creerme. Mucho te suplico, Señora mía, que, a alguno de tus nobles, respetado y honrado, que sea conocido, le encargues que lleve tu amable pedido para que le crean. Porque, en verdad, yo soy hombre de campo, yo soy parihuela, soy cola, soy ala. Yo mismo necesito ser conducido o llevado a cuestas. No es mi lugar ir adonde tú me envías. ¡Virgencita! Hija mía, señora, niña… por favor, dispénsame.»

La Madre de Dios, le respondió:

«Ten por cierto que no son escasos mis mensajeros, pero es muy necesario que seas tú quien personalmente vayas para que, por tus ruegos y por tu intercesión se lleve a efecto mi querer y mi voluntad. Mucho te ruego, hijo mío, que otra vez vuelvas a ver al obispo, y con rigor te lo mando. Vete mañana y hazle oír mi querer para que realice el templo que le pido. Dile de nuevo que Yo, personalmente, soy la que te envía.»

Animado por las palabras de la Virgen María, Juan Diego acudió una vez más al obispo. Esta vez fue recibido con más amabilidad. Sin embargo, Zumárraga pidió una prueba.

Juan Diego volvió al Tepeyac y narró a la Señora la solicitud del prelado. María, sonriendo con dulzura, le dijo:

«Está bien, hijo mío, mañana llevarás al obispo la señal que te ha pedido. Ya no dudará de ti ni sospechará. Y sábete, hijo mío, que Yo te pagaré mi cuidado y tu trabajo. Ahora vete, que mañana te espero aquí.»

Pero aquella noche, su tío Juan Bernardino cayó gravemente enfermo. Al día siguiente, el fiel indio salió temprano en busca de un sacerdote para darle los últimos sacramentos, intentando evitar el cerro para no retrasarse. Sin embargo, María, que no olvida a sus hijos, le salió al encuentro y le dijo:

«Hijo mío, escúchalo y ponlo en tu corazón. ¿No soy tu Madre? ¿No eres mi Hijo? ¿No estás bajo mi resguardo? ¿No soy tu alegría? ¿No estás bajo mi manto? ¿Tienes necesidad de alguna otra cosa? Que nada te aflija, que nada te turbe. Que no te dé tanta pena la enfermedad de tu tío porque no morirá. Ten por cierto que ya se ha curado.»

Reconfortado, Juan Diego pidió la señal prometida. La Virgen le indicó:

«Sube al cerro, hijo mío; allí encontrarás muchas flores. Córtalas y tráemelas a Mí.»

Aunque sabía que en pleno invierno el cerro estaba árido, obedeció. Y al llegar a la cima, sus ojos se maravillaron: un jardín milagroso de flores frescas y fragantes había brotado. Juan Diego cortó las flores, las envolvió cuidadosamente en su tilma y se las llevó a María. Ella, arreglándolas con sus propias manos, le indicó:

«Estas flores son la señal que llevarás al obispo. Le dirás de mi parte que vea en ellas mi deseo y realice mi voluntad. Tú eres mi mensajero; en ti deposito mi confianza. Y mucho te mando, con rigor, que nada más en presencia del obispo extiendas tu ayate y le enseñes lo que llevas.»

Entonces, Juan Diego partió hacia el Palacio Episcopal. Los servidores quisieron arrebatarle las flores, pero al intentar tocarlas, éstas desaparecían de sus manos. Conmovidos, llevaron inmediatamente a Juan Diego ante el obispo.

Frente a Zumárraga, Juan Diego abrió su tilma. Y entonces, ante los ojos atónitos de todos los presentes, sucedió el milagro: la imagen de la Virgen de Guadalupe apareció estampada en la pobre tela de maguey, resplandeciente y viva. El obispo, sobrecogido, llevó la tilma a su oratorio particular.

Al día siguiente, Juan Diego guió al obispo al cerro del Tepeyac para mostrarle el sitio donde la Señora deseaba su templo. Luego, visitaron a Juan Bernardino, quien, totalmente curado, testificó:

«Fue una bella Señora la que me curó, me dijo que era la Virgen María de Guadalupe.»

Así, el milagro quedó sellado no solo en un lienzo, sino en los corazones de un pueblo que, desde entonces, reconoce en la Virgen de Guadalupe a su Madre, su protectora y su esperanza.

Nota: Parte de los textos y diálogos han sido extraídos y adaptados del libro “La Virgen María y sus Apariciones” de Pitita Ridruejo.

Milagros atribuidos a la Virgen de Guadalupe

La epidemia de 1554

Una devastadora epidemia, conocida como «cocoliztli», azotó México en 1554, causando la muerte de alrededor de 12.000 personas. Los fieles organizaron una procesión desde Tlatelolco hasta el Tepeyac, implorando la intercesión de la Virgen. Al día siguiente, la epidemia comenzó a remitir, siendo considerada una intervención milagrosa.

El atentado de 1921

En 1921, una persona escondió una bomba en un ramo de flores frente a la imagen de la Virgen en la Basílica. La explosión dañó severamente el altar y objetos circundantes, pero la tilma y la imagen permanecieron intactas, protegidas por un vidrio común, en un hecho considerado milagroso. ​

El milagro de la flecha

Durante una procesión en 1531, un hombre fue herido mortalmente por una flecha perdida. Al ser llevado ante la imagen de la Virgen, recobró la vida y la herida desapareció sin dejar rastro, fortaleciendo la fe de los presentes. ​

Misterios y maravillas de la imagen de la Virgen

La imagen de la Virgen de Guadalupe guarda secretos que la ciencia aún no logra explicar.

En sus ojos, de apenas 8 milímetros, se han identificado trece figuras humanas. En una primera escena aparece el obispo Zumárraga sorprendido ante Juan Diego que despliega su tilma, acompañado de otros testigos como un traductor de náhuatl y una mujer de raza negra. En el centro de los ojos, aún más pequeño, se distingue una familia indígena. Ambas escenas se repiten en los dos ojos con una precisión inalcanzable para el arte humano.

Estudios oftalmológicos han demostrado que los ojos de la Virgen reaccionan a la luz como si estuvieran vivos: la retina parece contraerse y dilatarse.

La tilma, tejida en fibra de maguey —material que no debería durar más de 30 años—, mantiene una temperatura constante de 36,6°C, similar a la de un ser humano. Además, al colocar un estetoscopio bajo la cinta que ciñe su vientre, se han registrado latidos a 115 pulsaciones por minuto, como los de un niño en gestación.

Otro misterio asombroso es que el manto azul verdoso de la Virgen reproduce exactamente la disposición de las estrellas en el cielo de México el 12 de diciembre de 1531, el día del milagro.

A casi quinientos años de su aparición, la imagen permanece intacta, sin rastros de técnicas pictóricas conocidas, desafiando al tiempo, a la ciencia y al entendimiento humano.

La Iglesia y la Virgen de Guadalupe: reconocimiento y devoción

Santuario donde se venera a Nuestra Señora de Guadalupe, quien ostenta grado máximo de aprobación por parte del Vaticano. | María por el Mundo

La Iglesia Católica ha reconocido oficialmente la aparición de la Virgen de Guadalupe, otorgándole el grado máximo de aprobación.

 La imagen en la tilma de Juan Diego ha sido objeto de numerosos estudios científicos que no han logrado explicar su origen, reforzando la creencia en su carácter milagroso.​

El Papa Juan Pablo II visitó la Basílica en varias ocasiones, destacando la importancia de la Virgen de Guadalupe como símbolo de unidad y evangelización en América.​

Cómo llegar al Santuario de la Virgen de Guadalupe

El Santuario se ubica en el Cerro del Tepeyac, al norte de la Ciudad de México.

En avión: El Aeropuerto Internacional Benito Juárez está a 10 km de la Basílica. Desde allí puedes llegar en taxi, transporte privado o metro.

En coche: Desde el centro histórico, el trayecto dura unos 20 minutos tomando la Calzada de Guadalupe.

En transporte público: Toma la Línea 6 (roja) del Metro hasta la estación La Villa-Basílica y camina cinco minutos hasta el santuario.

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