El 8 de enero de 1842, Alfonso paseaba por las calles de Roma cuando se encontró a Gustavo de Bussières, amigo de la infancia de su hermano Teodoro.
Alfonso decidió conversar con él, muy a pesar de que sentía cierto rechazo debido a su conversión del protestantismo al catolicismo. Entre las conversaciones, Gustavo le habló maravillas del catolicismo y le propuso someterse a una prueba.
«Le quiero regalar una medalla de la Santísima Virgen, a la cual yo le doy un gran valor.»
Con esta frase le estaba proponiendo a Alfonso cargar en su cuello la medalla de la Santísima Virgen y, además, rezar por la mañana y por la tarde, la oración del «Acordaos«, plegarias que San Bernardino de Clarvax dirigía a la Santísima Virgen María.
Al mismo tiempo que Bussiéres entregaba la medalla y la oración a Alfonso, pedía al Conde Laferronays y otros amigos cercanos que rezaran por la Conversión de Alfonso de Ratisbona. Alfonso paseaba por Roma mientras cumplía su promesa y esperaba la fecha de su partida el 22 de enero.
La mañana del 20 de enero de 1842, Alfonso salió temprano y se encontró a Teodoro, quien le invitó a la a la iglesia de San Andrés “Delle Fratte” para encargar el funeral del Conde Laferronays, quien había muerto repentinamente. Teodoro le dijo que esperara fuera, pero Alfonso entró a la iglesia.
Según él mismo declara, caminaba mecánicamente, mirando, sin pensar en nada, también se acuerda de un perro negro que daba vueltas a su alrededor. Enseguida ese perro y toda la desaparecieron. Literalmente dijo:
«De repente vi una luz que emanaba de una capilla, como si toda la luz se hubiera concentrado en ella. Volví los ojos hacia la capilla radiante de tanta luz y vi sobre el altar de la misma, de pie, viva, grande, majestuosa, guapísima y misericordiosa a la Santísima Virgen María, semejante en el gesto y en la forma a la imagen que se ve en la Medalla Milagrosa de la Inmaculada.
Me hizo una señal con la mano para que me arrodillara. Una fuerza irresistible me empujaba hacia Ella y parecía decirme ¡Basta Ya! No lo dijo, pero lo entendí. Ante esta visión caí de rodillas en el lugar donde me encontraba. Traté de levantar varias veces los ojos hacia la Santísima Virgen, pero el respeto y el esplendor me los hacían bajar, aunque sin impedir la evidencia de aquella Aparición. Fijándome en sus manos, vi la expresión del perdón y la misericordia. En presencia de La Virgen, a pesar de que Ella no me decía una palabra, comprendí el horror del estado en que me encontraba, la deformidad del pecado, la belleza de la religión católica, en una palabra, comprendí todo”
Yo salía de una tumba, de un abismo de tinieblas, y estaba vivo, perfectamente vivo ¡Y lloraba!
Veía en el fondo del abismo las enormes miserias de las que había sido arrancado por una infinita misericordia.”
Así Alfonso describió, según texto publicado en Infovaticana, el momento de su iluminación.
Al aparecérsele la imagen de la Virgen de La Inmaculada, tal como en la Medalla Milagrosa, Alfonso de Ratisbona se convirtió de forma instantánea al catolicismo.
Seguidamente, el 31 de enero de 1842, por el Cardenal Patrizi, fue bautizado y recibido por la Iglesia Católica, y en 1847 fue ordenado sacerdote católico.