España ha sido desde el primer siglo de nuestra era la “Tierra de María Santísima” y no hay un lugar de su geografía sin una ermita, capilla, santuario, iglesia o basílica consagrada a Ella.
Pero entre tantas advocaciones, no hay otra tan entrañable como la de La Virgen del Pilar, venerada y celebrada en Zaragoza, en el resto de España y en todas las naciones de Hispanoamérica.
La noche del 2 de Enero del año 40 d.c, encontrándose Santiago con siete discípulos (los primeros conversos) orando a orillas del Ebro, en Cesaraugusta (la actual Zaragoza) oyó voces de Ángeles que cantaban el Ave María, y vio aparecer a la Virgen, Madre de Cristo, de pie sobre un altar de mármol.
La Virgen, (que aún vivía en carne mortal, en Éfeso o en Jerusalén) venía a animar a su hijo Santiago y decirle que siguiera predicando, a pesar de la resistencia y oposición que encontraba. La Virgen se le apareció sobre un Pilar y le pidió al apóstol que allí edificara un templo en su memoria. Desapareció la Virgen y quedó allí el pilar.
El apóstol Santiago, comenzó a edificar allí la iglesia, la primera iglesia dedicada a la Madre de Dios, iglesia que a través de los siglos ha llegado a convertirse en la monumental Basílica de Nuestra Señora del Pilar, donde se custodia su imagen, en madera de 39 cm de altura.
Construida la pequeña capilla, el apóstol Santiago regresó a Jerusalén, donde Herodes Agripas lo mandó ejecutar alrededor del año 44, siendo así el primer apóstol mártir. Sus discípulos tomaron su cuerpo y lo llevaron a España enterrándolo en el lugar sobre el que se levanta hoy en día la Basílica Compostelana, tercer foco de peregrinación mundial.
Es por ello que la tradición pilarista está íntimamente vinculada con la tradición jacobea (del santuario de Santiago de Compostela); por ello Zaragoza y Compostela, el Pilar y la tumba del apóstol Santiago, han constituido dos ejes fundamentales, en torno a los cuales ha girado durante siglos la espiritualidad de la patria española.